-¿Qué
ves, Francis? -preguntó Johnny.
-Un
montón de bocas abiertas, Johnny. Aparte de la barra de tareas -dijo
señalándola en el monitor-, la hora, la conexión de Internet, el
sensor de movimiento, el GPS, y tu linda cara!
-Pero,
lo más avanzado de estas computadoras es su capacidad para detectar
y conectarse con cualquier otro dispositivo electrónico sin
necesidad de cables -apuntó Johnny-. Todo lo que ven en el monitor
es enviado a través de un protocolo infrared.
-En
realidad -continuó Jaime-, estas maravillas bionanotecnológicas,
son capaces de detectar y establecer protocolos de comunicación con
computadoras futuras más avanzadas, ya que son capaces de predecir y
emular entornos de programación no conocidos, e incluso -se emocionó
Jaime- son compatibles con la nueva red de Internet biotecnológico y
las nuevas computadoras bioquímicas con microchips dotados de
colonias de neuronas humanas que estarán saliendo en el año 2050.
-Pero
-interrumpió Francis-, sin ir tan lejos, lo que verdaderamente nos
interesa hoy, es demostrar cómo funciona la detección de
dispositivos. Miren.
En
el monitor LED apareció un listado completo de todos los teléfonos
celulares, las cámaras de seguridad, el sistema de sonido e incluso
un inventario de aparatos eléctricos tradicionales, como lámparas,
interruptores de luz, alarma anti-incendios.
-¿Así
que no han apagado sus celulares antes de entrar? -increpó Johnny-.
Pues ahora van a ver -advirtió.
Gesticulando
con sus brazos y manos como si estuviera pescando truchas en un río,
navegó por el listado de celulares y escogió el de la profesora de
química, Marisol.
-Usted
siempre nos castiga cuando suenan nuestros celulares en clase. Pues
ahora va a ver.
Abrió
la carpeta de vídeo del celular de la profesora y seleccionó un
icono donde aparecía la profesora en una fiesta. Mientras la
profesora amenazaba, se quejaba, y se disponía a apagar su celular.
Todos en la sala la pudieron ver hacer el baile de la macarena con un
manojo de plátanos en la cabeza.
-De
nada le sirve apagar su celular, profesora, mi computadora solo tardó
una décima de segundo en capturar el vídeo.
Todos
reían maravillados. Juegos, ¿tienen juegos? Pedían algunos.
-Mejor
que juegos -respondió Jaime. Tenemos una consola, algo parecido a
una Wii. O sea, que podemos jugar a ping pong, o enfrentarnos en
batallas medievales, o pilotar un avión. Miren -anunció-. A ver,
chicos -ordenó dirigiéndose a Francis y Johnny-, escojan sus
avatares.
El
programa no tardó en cargarse.
-Traigan
las escobas -pidió Johnny.
Ante
los ojos maravillados de los colegiales, los tres amigos pidieron al
sistema una “lógica de reconocimiento de arma”. Los muchachos
blandían escobas, pero en el monitor LCD, eran espadas. E iniciaron
una inocente demostración. Cada uno de ellos lanzaba su espada
contra un enemigo invisible pero, no sólo chocaba el acero con gran
estruendo, sino que los propios avatares daban brincos, volaban en el
aire. El escenario era el mismo auditorio de bocas abiertas.
-También
se puede ordenar una lógica de reconocimiento de enemigo virtual
-explicó Francis-. Johnny, Jaime y yo ya somos enemigos oficiales a
través de nuestros avatares, pero cualquier persona puede ser
reconocida por el sistema y convertida en enemigo -explicó mirando a
su rival de fútbol. ¡Cuidado, Raúl!
Francis
blandió su espada sobre Raúl y le cortó el cuello. El futbolista
perdió la calma por unos instantes. Ver su cabeza ensangrentada
rodando por el suelo no presagiaba nada bueno. Qué dirían sus fans.
Pero todo era realidad virtual. En la gran pantalla, la cabeza
rodante se pixeló y desapareció, así como se pixeló el cuerpo
decapitado.
-Eres
historia, Raúl -bromeó Francis.
-¡Historia
eres tú. Yo te voy a pixelar a ti de un balonazo. Solo espera a
nuestro próximo partido! -replicó Raúl perdiendo los estribos ya
por completo.
-¡No
eres real, amigo! -respondió el primero.
Después
de esa pequeña demostración amistosa, los tres amigos iniciaron su
combate histórico. Un guerrero inca con cara de jaguar se lanza a
los pies de un terrible vikingo. Este último levanta su espada para
matar al inca, pero el guerrero jaguar lanza la suya contra los
tobillos del vikingo derribándolo. Esta desventaja es aprovechada
por el ninja, quien ahora puede escoger a quién matar. Su afilada
espada termina con el vikingo y este queda fuera de juego. Adiós
Francis, ahora es entre Johnny y Jaime. Johnny. La audiencia no puede
creer que se estén liando a sablazos en medio del auditorio. Nadie
se siente muy seguro en su asiento. ¡Cuidado, profesora! El guerrero
inca, salta como el puma y esquiva la espada del ninja. Apoya un pie
sobre el hombro del japonés y el otro sobre su cabeza. El ninja cae
al suelo con el jaguar encima. La profesora se hace a un lado
horrorizada. El guerrero inca lanza su espada verticalmente sobre el
pecho del ninja, pero este último es rápido y no se deja sorprender
de nuevo. Un giro a la derecha es todo lo que necesita para hacer que
el jaguar inca pierda el equilibrio, pero el felino se contorsiona
hacia atrás y lanza una estocada sorpresa que deja al ninja con su
torso atravesado por el acero. Game over.
Escoba
en mano, los tres amigos pararon de dar saltos por el auditorio.
Tanto profesores como alumnos, felices de estar vivos, se pusieron en
pie de nuevo irrumpiendo en aplausos y felicitaciones para los
jóvenes guerreros. Sin duda alguna, esta ha sido su mejor presentación.
···
En
la oficina del Instituto Cerebrum, Marcia Pisfil estudiaba los datos
que recibía en tiempo real de las pulseras de MIT. Bonito regalo de
millón de dólares, pensaba. Si los padres fueran tan fáciles de
convencer como los niños... Cuarenta mil dólares. Hoy ofreceré
cuarenta mil. Si no quieren aceptar eso, ochenta mil. Hasta medio
millón, puedo llegar hasta medio millón como máximo. Pero eso
reduciría bastante mi comisión. Y esa casita en Miami me está
esperando. Voy a ser vecina de celebridades. Me haré su amiga.
¡Conseguiré que me inviten suntuosas fiestas! Y ella sola se
emocionaba fantaseando, esperando el momento en que pudiera codearse
con lo más selecto de Miami.
Desde
el piso trece de la Torre Telmex, Marcia miraba los microbuses pasar
justo debajo de su oficina. Qué asco de ciudad, ni en Miraflores nos
libramos de esa basura. Cuándo prohibirán que pasen por aquí esos
micros. Los micros pasaban veloces, dando bocinazos que se escuchaban
hasta el piso trece, recordando a Marcia constantemente de dónde
venía. Igual que un microbús, ella también había venido de un
barrio humilde del extrarradio y sólo ella conocía todas las
penurias que había tenido que pasar para salir de ese infierno
natal. Pero, al contrario que los sucios y viejos autobuses, ella se
había quedado en Miraflores y ya nunca más había mirado atrás.
Marcia
volvió a prestar atención a los datos que tenía en pantalla.
Increíble. Mis clientes van a estar más que contentos con esto. Los
tres niños tienen justo lo que buscamos. Y en cantidades
extraordinarias. Este año podría llegar a los tres millones de
dólares y, entonces, adiós Lima, hola Miami. Adiós para siempre
ciudad ruidosa. Aquí te quedas con toda tu mugre y tu podredumbre. Y
ahora, a por Isabel Mayta. Se miró al espejo y pensó, todo por la
plata.
···
Isabel,
la madre de Johnny, se preparaba para ir al hospital. Por fin podría
relajarse un poco examinando pacientes, recomendándoles dietas,
refiriéndolos a los especialistas correspondientes. La verdad,
últimamente estar en casa había sido algo estresante. Demasiada
gente estaba interesada en su hijo, Johnny. Incluso habían venido de
la Dirección de Investigación Criminal. Un tal Alberto Torres, un
auténtico tarado que le hizo rarísimas preguntas sobre su esposo.
Desde su casa escuchaba el rechinar de llantas de los veloces
microbuses que pasaban haciendo carreras por la calle San Martín. En
cualquier momento, Johnny regresaría del colegio y ella iría a su
trabajo. Otra vez llamaron a la puerta de su vieja mansión y, una
vez más, Isabel Mayta se veía obligada a perder el tiempo
discutiendo con la mujer del instituto.
Para
cualquier persona, la señora Pisfil era como una visión de
pesadilla, una cosa sin sentido. Pero, ante los ojos experimentados
de una doctora, la mujer del instituto era simplemente un adefesio de
quirófano. Una suma de operaciones de cirugía plástica cuyo
objetivo era ocultar los traumas de su torturada mente. Sin éxito,
por supuesto.
Cansada
por el calor y por estar de pie, incómoda por tener que venir a
rogar una vez más, Marcia Pisfil fue directa al grano sin apenas
saludar.
-El
instituto está dispuesto a doblar la última oferta de veinte mil
dólares.
-Ni
hablar. No van a experimentar con la mente de mi hijo.
-Pero,
mire donde vive -dijo la mujer señalando la destartalada vivienda-,
tiene suerte de que aquí no haya servicios sociales que le puedan
quitar a su hijo. Desde luego, este sitio no es apto para...
-El
dinero no lo es todo.
-Su
esposo parecía más interesado, cuando hablé con él esta mañana.
-Sabe
perfectamente que mi esposo siempre se ha opuesto a la idea.
-Pero
cuando le dije que el instituto, además de ofrecer la generosa suma,
estaba dispuesto a conseguir una plaza para su hijo en la mejor
universidad de Estados Unidos con todo pagado...
-Precisamente
en ese país es ilegal llevar a cabo los experimentos que quieren
realizar. Vienen aquí con su dinero para poner en riesgo la vida de
nuestros hijos. De ninguna manera.
El
joven Johnny saltó del autobús, enfiló la calle Martínez y se
quedó parado. Al ver a la mujer del instituto, decidió aguardar en
una esquina desde donde podía escuchar la conversación sin ser
visto. Había algo siniestro en la negra mirada de esa mujer que él
prefería evitar.
-No
sé de qué experimentos me habla. Le aseguro que se trata
simplemente de un scan.
-Todos
sabemos lo que están haciendo. ¿Qué me dice del niño muerto?
-No
fuimos nosotros. Le aseguro que no tiene nada de qué preocuparse.
Nosotros solo queremos datos -mintió Marcia Pisfil.
-Me
parece muy sospechoso que ofrezcan tanto dinero solo por unos datos.
-Tengo
órdenes de regresar a mi oficina con un “sí”. La mente de su
hijo es demasiado valiosa, ¿no se da cuenta? -amenazó Marcia
perdiendo la calma.
-La
respuesta es “no”.
-Hoy
la respuesta es “no”, señora Mayta, pero llegará el día en que
la respuesta sea “sí”. Se lo aseguro. Buenos días -se despidió.
Johnny
temblaba de miedo. Ser el conejillo de indias de una poderosa
institución era su peor pesadilla. Desde que salió ese programa de
televisión sobre los niños superdotados de Perú y sus logros
académicos, no habían dejado de venir extraños a la casa con todo
tipo de propuestas. Pero la mujer del instituto era la que más miedo
le daba.
-No
temas, Johnny -sonó la voz de su abuela-, nada va a pasarte.
-Eres
telepática, abuela.
-Vamos,
entra en la casa.
La
abuela María siempre había estado ahí para Johnny y es que tenía
la cualidad mágica de aparecer en el momento que más la necesitaba.
Estar junto a ella hacía que se sintiera bien. Ser un niño
superdotado no había sido nada fácil y, a veces, le daba la
impresión de que solo la abuela lo comprendía. Sin embargo, Johnny
no era la única persona que la necesitaba. María era una respetada
chamanesa descendiente de un antiguo linaje cuyo origen se perdía en
los tiempos de los incas, por lo que estaba bastante ocupada con toda
la gente que venía a verla. A Johnny le fascinaba el chamanismo,
pero la abuela siempre le había dicho que su magia se pasaba
únicamente de abuela a nieta.
-Pues
no sé a qué esperas para tener una nieta, abuela -bromeaba Johnny
cuando tocaban el tema-. Ya sabes las ganas que tengo de tener una
hermana -esto último bien en serio, porque no había nada en el
mundo que él deseara más.
-El
momento llegará, Johnny. Todo llega en esta vida. Todo llega.
La
abuela cuidaba todo como si estuviera vivo, incluso los objetos más
humildes eran dignos de su respeto. El espíritu es el tejido que
conecta todas las cosas que hay en el universo, solía decir. Por
eso, hasta las piedras tienen espíritu, Johnny. Y nunca tenía
prisa, era como si el tiempo fuera un gato que la abuela acariciase
suavemente. Ella era como un libro de sabiduría y le había enseñado
que el miedo era la fuerza más destructiva de la naturaleza. Todos
tenemos una misión en la vida, Johnny, le decía a veces a modo de
premonición, y pronto descubrirás la tuya.